

Siempre se ha dicho que la música clásica ayuda a reducir el estrés, provocar un mejor crecimiento en las plantas y estimular el cerebro. Cuando escuchamos una obra clásica, el flujo sanguíneo se incrementa a varias áreas del cerebro de tal forma que activa los centros cognitivos y emocionales mientras en otra parte se libera la dopamina, sustancia química que afecta a la capacidad de sentir placer.
La música clásica nos evoca sentimientos y sensaciones de la misma forma que si alguien nos estuviese hablando. Su composición es compleja y organizada con muchas variables de intensidad que actúan como si fueran un auténtico narrador.
Mientras escuchamos esta música, se establecen conexiones neuronales que mejoran algunos aspectos de la comunicación humana. El llamado “efecto Mozart” mejora el razonamiento espacio- temporal y la memoria a corto plazo. Pero no mejoraría nuestro cociente intelectual.
No obstante, la música clásica puede potenciar el desarrollo del cerebro de los niños y si se escucha con los ojos cerrados se produce un aumento del efecto emocional que nos produce la música.
Según unos estudios realizados en la Universidad de Illinois en 2005, escuchar música clásica mejora la enseñanza del lenguaje ya que podría fomentar el aprendizaje de algunos aspectos básicos como la gramática, el vocabulario, la pronunciación y apreciar más el valor de la cultura. Por tanto, nos ayuda a mejorar en nuestro aprendizaje y a tener un rendimiento mejor.
Además de estos beneficios para nuestro cerebro, también se ha estudiado que la música clásica es buena para reducir el dolor y la ansiedad, combatir los problemas de insomnio y beneficia a los pacientes que padecen epilepsia.
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