Si desde los primeros años de la vida de un niño, se le enseña a practicar meditación, estaremos ayudando a que nuestro hijo adquiera una serie de habilidades que le van a ser de gran ayuda en su vida.


La meditación es un hábito muy saludable, que entre sus múltiples beneficios podemos destacar: ayuda a la gestión de las emociones, control del estrés, ayuda a conocernos mejor, permite que conectemos con nuestro cuerpo para saber qué necesitamos en cada momento y que favorece la atención y la concentración.
Todos estos beneficios, si el niño aprende a meditar desde pequeño, irá beneficiándose de ellos.
Los niños cada día son más activos, y el entorno demanda más capacidades de ellos. Esto puede ser beneficioso, pero también se convierte en una exigencia, a veces excesiva, con los más jóvenes.
Para poder manejar con más soltura las demandas del entorno, la práctica de la meditación se va a ir imponiendo en nuestro día a día.
Si el niño tiene problemas de sueño o miedos, podemos realizar con él una meditación en la cama antes de que se duerma, para que su cuerpo y su mente se relajen.
Que el niño desde bien pequeño desarrolle la capacidad de “escuchar” a su cuerpo, es una virtud que debemos fomentar. Tenemos que intentar que nuestro hijo no pierda el verdadero contacto con lo importante, su esencia, y para ello que dedique unos minutos al día a estar en silencio, escuchándose, resulta de gran valía.
La meditación está cada vez más instaurada en nuestras vidas, y poco a poco también se está instaurando en la de los niños, porque además en ellos los resultados pueden llegar a ser más efectivos y tempranos.
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